sábado, 31 de enero de 2015

Concepción Areal: Abrid escuelas y se cerrarán cérceles


Abrid escuelas y se cerrarán cárceles”
       viernes, 31 de enero de 2014
Hoy en el 195 aniversario de Concepción Arenal, traemos al Blog. Amor Al Pensamiento el texto referido a su figura en http://desequilibros.blogspot.com.es/2014/01/abrid-escuelas-y-se-cerraran-carceles.html#.VMyx0C6oPBR


"Hoy, en España, ¿qué remedio puede emplearse contra los males que nos afligen o nos amenazan? Ninguna dolencia social puede combatirse con un remedio solo; pero si se nos pidiera que señaláramos uno nada más, aquel que juzgásemos de mayor eficacia, responderíamos sin vacilar: LA INSTRUCCIÓN". Concepción Arenal.

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Concepción Arenal

La curiosidad intelectual fue la principal característica de Concepción Arenal. Siempre sintió una enorme atracción por las lecturas sobre ciencias y filosofía. Y al acabar sus estudios "elementales" expresó su deseo de cursar estudios superiores, algo inaudito en una mujer de la época (nació en 1820) y que contó con la oposición firme para su madre, que deseaba que su educación se centrara en aprender a comportarse correctamente en sociedad, tal y como se esperaba de una señorita de la época. Sin embargo, se encuentra con 21 años como depositaria de la herencia de su abuela y su madre, fallecidas en solo un año. Así que decide tomar las riendas de su propio destino:

"Durante los cursos de 1842-43, 1843-44 y 1844-45 Concepción Arenal asistirá vestida de hombre a algunas clases de Derecho en la Universidad. Evidentemente no cursó la carrera, ni hizo exámenes, ni alcanzó ningún título, pues en este momento histórico las aulas universitarias estaban reservadas exclusivamente para los varones, pero sin duda enriqueció y afianzó su interés por las cuestiones penales y jurídicas".

Se casó con Fernando García Carrasco, un hombre que supo entender sus aspiraciones y que siempre la trató en plano de igualdad intelectual.

Su colaboraciones en el diario liberal La Iberia terminaron el día en que el ministro de Gobernación de la época, promulga la Ley de Imprenta de 15 de mayo de 1857, la más restrictiva del periodo del reinado de Isabel II, donde se impone la obligación de firmar los artículos que versen sobre política, filosofía y religión.

Concepción Arenal siempre defendió la educación e instrucción de la mujer como fundamental: los hombres pueden aprender un oficio y la mujer no puede aspirar a otra carrera que el matrimonio.
Y sus críticas al clero, principal valedor de esa teoría eran claras: "En general es muy ignorante, no querer a la mujer instruida, es mejor auxiliar, mantenerla en la ignorancia.

Estatua dedicada a Concepción Arenal en Orense
Estatua pública en Orense dedicada
a Concepción Arenal
(escultor: Aniceto Marinas, 1898).
A partir de 1869 comienza a publicar sus obras más reivindicativas y que la sitúan como germen del movimiento feminista en España: "La mujer del porvenir", "La mujer en su casa", "Estado actual de la mujer en España" o "La educación de la mujer", en la que hace un alegato, por primera vez en España, en defensa del derecho de la mujer a recibir educación en términos de igualdad respecto al hombre.

En todas ellas Concepción Arenal "se propone no sólo disipar los errores que sobre la mujer han arraigado en la opinión de la mayor parte de la sociedad, sino también reivindicar la capacidad intelectual de la mujer y su derecho a recibir una educación que le permita desempeñar cualquier profesión en condiciones iguales a la del hombre".

En 1878 publica uno de sus más famosos trabajos, La instrucción del pueblo.

En él hace un análisis de la situación de la educación en aquella época y traza las ideas básicas de lo que, a su juicio, debería ser.

Su lectura es estremecedora, porque siglo y medio después, su análisis de la situación no ha sido superado por la realidad actual (mutatis mutandis):

Resulta que el profesor no puede ser más que profesor, y que para serlo del modo debido necesita medios materiales que se le niegan; que la retribución que se le asigna, y a veces no se lo paga, es insuficiente, no sólo para adquirir los medios indispensables de ilustrarse, sino para su sustento material; que la consideración que merece está en armonía con el sueldo que cobra; que la alta misión del maestro se convierte en un via crucis, por donde caminan sólo los que tienen espíritu de inmolación y de sacrificio; que, como este espíritu no puede animar a todos los que tienen aptitud para la enseñanza, muchos se retraerán de ella; que la consecuencia de todo esto es rebajar el nivel intelectual del cuerpo docente; y, en fin, que la opinión pública, no preocupándose de semejante estado de cosas, prueba que no da al saber importancia, ni considera la instrucción como una necesidad.

Hoy, en España, ¿qué remedio puede emplearse contra los males que nos afligen o nos amenazan? Ninguna dolencia social puede combatirse con un remedio solo; pero si se nos pidiera que señaláramos uno nada más, aquel que juzgásemos de mayor eficacia, responderíamos sin vacilar: LA INSTRUCCIÓN.

Si es necesario que el hombre se eduque; si para educarse es preciso instruirse; si nadie puede aprender sin que se le enseñe, el deber de cultivar la inteligencia lleva consigo el derecho a la instrucción.

Hay que hacer posible a todos el de instruirse, apartando los obstáculos materiales a los que estén imposibilitados de apartarlos por sí mismos.

Si la enseñanza es un mal, debe suprimirse absolutamente; si es un bien, darse, cueste lo que cueste, porque este bien es de un orden tan superior que ningún hombre honrado que le comprenda puede ponerle precio.


Como cabía esperal, Concepción Arenal no fue admitida en la Real Academia de la Lengua, pese a que fue propuesta por otra notable, Emilia Pardo Bazán.

Por desgracia, su obra y legado no son suficientemente valorados, ni en los sistemas educativos que tanto defendió, ni en la consideración social de su aportacion, sometida con frecuencia a los prejuicios sociales que tan lamentablemente evoca el término feminismo.

Concepción Arenal nació un 31 de ene

miércoles, 28 de enero de 2015

Marga Gil Roësset: Ya no puedo vivir sin ti, Juan Ramán


Publicado por El País el día 28/ o1 de 2015, y por su valor lirerario romántico y pensamiento creativo salido de lo más profundo del corazón de Marga Gil Rösset, traemos  a nuestro Blog Amor Al Pensamiento.

                                    Ya no puedo vivir sin ti, Juan Ramón

El conmovedor diario de la escultora Marga Gil, que se enamoró en secreto del poeta y Nobel español, se publica 83 años después de quitarse la vida.
Marga Gil Roësset, pintora y escultura española, en 1932. / EL PAÍS

“No lo leas ahora”. Fueron las últimas palabras que Marga Gil Roësset dijo a Juan Ramón Jiménez, en la casa del poeta en la calle Padilla, de Madrid, mientras dejaba sobre su escritorio una carpeta amarilla. Guardaba la revelación de su amor imposible por él, que la había llevado a una decisión fatal. Marga salió del despacho del escritor, fue a su taller, en el que había trabajado en los últimos meses, y destruyó todas sus esculturas, excepto un busto de Zenobia Camprubí, la esposa de su amado. “No lo leas ahora”… Abandonó el lugar para cumplir el destino que había previsto. Pasó primero por el Parque del Retiro; luego tomó un taxi hasta la casa de unos tíos en Las Rozas y allí se disparó un tiro en la sien.
Era el jueves 28 de julio de 1932. Ella tenía 24 años; él, 51. Ocho meses antes había conocido al poeta y a su esposa, con quienes entabló una sincera y afectuosa amistad. Pero en la joven pintora y escultora, a quien Juan Ramón y Zenobia llamaban “la niña”, también se desató en silencio una pasión amorosa no correspondida. Amenazadora. Hasta que ese amor colonizó toda su vida y la convirtió en tragedia.
“…Y es que…
Ya no puedo vivir sin ti
…no… ya no puedo vivir sin ti…
…tú, como sí puedes vivir sin mí
…debes vivir sin mí…”.
Ese deseo lo plasmó con su letra angulosa en una de las hojas de la carpeta que entregó a Juan Ramón Jiménez (1881-1958). Las escribió en las últimas semanas de ese verano. El autor le hizo caso. “No lo leas ahora”. Un poco de sombra cubrió su corazón para siempre. Un poco de luz salió de allí para su obra poética. Ese otoño del 32, él quiso rendirle homenaje publicando el manuscrito del diario de Gil, pero no pudo. En 1936, salió casi inesperadamente al exilio por la Guerra Civil. Ochenta y tres años después del suicidio de Marga Gil y de la voluntad de Juan Ramón Jiménez (JRJ), ese deseo del poeta se convierte ahora en realidad. Se titula Marga. Edición de Juan Ramón Jiménez y está editado por la Fundación José Manuel Lara. Suma un prólogo de Carmen Hernández-Pinzón, representante de los herederos de JRJ; un texto de Marga Clarck, sobrina de la artista, y escritos del poeta y su mujer sobre Marga Gil. Un relicario literario acompañado por facsímiles de las anotaciones de la escultora y varios de sus dibujos y fotos.


Una de las páginas del diario de Marga Gil Roësset. / EL PAÍS
Amor, silencio, alegría, desesperación, amor. El desconcierto se plasma en la nota que la joven dejó a Zenobia Camprubí: “Zenobita… vas a perdonarme… ¡Me he enamorado de Juan Ramón! Y aunque querer… y enamorarse es algo que te ocurre porque sí, sin tener tú la culpa… a mí al menos, pues así me ha pasado… lo he sentido cuando ya era… natural… que si te dedicaras a ir únicamente con personas que no te atraen… quitarías todo peligro… pero eso es estúpido”.
Esa confesión figuraba en aquel diario extraviado tantísimos años. Desde 1939, cuando tres asaltantes —Félix Ros, Carlos Martínez Barbeito y Carlos Sentís— robaron la casa de JRJ mientras se hallaba en el exilio. El poeta, quien ganaría el Nobel de Literatura en 1956, siempre estuvo inquieto por el destino de esos documentos. Siempre preguntaba por ellos a su gran amigo Juan Guerrero. Lo recuerda Carmen Hernández-Pinzón, hija de Francisco, sobrino del autor de Espacio y representante de sus herederos. Parte de ellos fueron divulgados en 1997 por el diario Abc. El suicidio de Gil afectó mucho a JRJ y a su esposa. “Los dos quedaron muy abatidos, y él no quiso escribir durante un tiempo. Nunca la olvidaron”, dice Carmen.
Ese “No lo leas ahora” es un asomo al amor que revitaliza la vida y, a su vez, esteriliza a quien no es correspondido, mientras vive de migajas secretas que son el triunfo de su existencia:
“…Y no me ves… ni sabes que voy yo… pero yo voy… mi mano… en mi otra mano… y tan contenta…
…porque voy a tu lado”.
Ahora todos lo saben. Y ella fue más que ese feliz y fatal susurro amoroso. “Quiero que se la conozca como la genial artista que fue y sigue siendo. Muchas estudiosas y especialistas en las vanguardias del siglo XX han dedicado su tiempo a investigar su obra”, cuenta Marga Clarck. La publicación del diario le parece importante, ahora que la figura de su tía se empieza a reconocer. Confía en que sirva “para que ella pueda navegar sola porque su obra es muy potente. Y Juan Ramón quería que ella pasara a la historia como artista”.
El poeta lo sabía. Ese amor desconocido era parte feliz de su vida, aunque no lo pidiera. Era suyo, también. Un rincón de su casa lo inmortalizó. Tras la muerte de Marga, mandó hacer un aparador de roble sobre el que puso el busto de Zenobia esculpido por “la niña”. La cara del amor de su vida cincelada por la mujer que no soportó vivir sin él.

JRJ y Marga en 2015

Monumento de amor,reunirá las cartas entre JRJ y Zenobia donde, además, se ve que se refería a Marga y su hermana como “las niñas” (Residencia de Estudiantes).
Escritos de Zenobia. (Fundación José Manuel Lara).
El silencio de oro. JRJ Incluye una treintena de textos inéditos (Linteo), con edición de José Antonio Expósito.
Exposición: Lo de Marga. Fotografías de dibujos, esculturas y pinturas de la artista; artículos de prensa que hablan de su trabajo y textos de JRJ sobr

martes, 27 de enero de 2015

Garcia Cortázar, F: Los regeneracionistas en la crisis de Europa.

 

No encanta el artículo, “Los regeneracionistas en la crisis de Europa, del historiador Fernando García Cortázar, publicado en Cultura/Historia de ABC, día 27/01/2015 a las 2.07 h.

Se nos quiere ofrecer una deformada imagen de unos formidables pensadores como Ortega, Azaña, Costa o Maeztu

Los regeneracionistas en la crisis de Europa
Hoy mismo, cuando nos enfrentamos a una crisis que solo puede entenderse en su magnitud si se la relaciona con las lesiones que ha provocado en nuestra conciencia nacional, vuelven a aparecer, en tertulias, tribunas y conferencias, quienes advierten contra los presuntos desvaríos del regeneracionismo. Desde la confortable butaca académica del pragmatismo se atreven a despreciar el elogio que en estos días de reiterada desesperanza colectiva hacemos algunos de aquel grupo de españoles que se planteó el problema de España, precisamente para buscar solucionar aquellos problemas concretos que había de abordar nuestra nación.
Sobre los hombres del 98, sobre la leal rectificación realizada por los del 14, caen las acusaciones de esteticismo inmoral, de vaguedad en las propuestas y exageración en los análisis, de impaciencia en la estrategia y confusión en los objetivos. En las palabras de estos modernos normalizadores, nuestros patriotas de aquella España en crisis aparecen como personajes excéntricos y airados, peregrinos en el desierto de su propia ensoñación lírica, hablando a solas con el espejismo de un país imaginario. La prosa de los censores del regeneracionismo, amortajada en la temperatura ambiental de un informe forense, quiere presentarse ahora como el tono que corresponde a la sensatez, a la racionalidad, a la repulsa de una carga emocional que desbarató nuestro esfuerzo por integrarnos en la Europa liberal, parlamentaria, moderna y moderada.

Egoísmo narcisista

Al 98 se le impone el precario estado de la alucinación estética y la ridícula exhibición del egoísmo narcisista. A Costa se le atribuye un desequilibrio emocional que le ciega la visión de las verdaderas bases del progreso. A Ortega se le reprocha un permanente estado de exageración analítica y Azaña es propuesto como modelo de la impotencia radical del sectarismo. Y todo se hace aludiendo al buen sentido, en el sagrado nombre de la moderación y, claro está, en beneficio de ese secular recelo que España ha sentido por los intelectuales.
Fruto de esa actitud es la deformada imagen que quiere ofrecérsenos de aquellos formidables pensadores, de aquella meditación colectiva y diversa con la que nuestra nación pretendió enfrentarse a su destino. Y, en esta serie que trata de seguir precisamente la línea que une la inquietud regeneracionista con las mejores esperanzas de una recuperación de nuestra conciencia nacional, en los años de la transición política, no podía quedar en silencio la reivindicación de quienes ahora algunos presentan como seres incongruentes con su tiempo, dañinos para el futuro y, en buena medida, responsables de la catástrofe de 1936.
En esta plenitud del primer bienio republicano que estamos examinando, ha podido verse de qué modo se pulsaban las advertencias lanzadas por quienes se habían formado en los recintos apasionados y rigurosos de la crisis de la Restauración. En 1932 han hablado los hombres de todas las tendencias del republicanismo radical, la izquierda republicana, el catolicismo social, el regionalismo catalán, el liberalismo moderado, el sindicalismo independiente, el socialismo reformista, el tradicionalismo actualizado. De sus palabras nos conmueve la sensata y nada ingenua confianza en la necesidad de regenerar y modernizar España. Su abierto afán de construir una nación justa, consciente, libre, capaz de integrar su cultura singular en el ámbito en peligro de la civilización occidental.

Indigencia ideológica

Estas voces nos permiten descubrir de nuevo el paisaje cálido de España, forjador de una literatura espléndida que era mucho más que entretenimiento formal. Estas palabras nos ofrecen una voluntad conmovedora de hacer España desde las ruinas procaces de su propia indigencia ideológica, de su pérdida de fe en el destino de una nación. Los hombres del 98 hablaron con solemnidad porque se dirigían a un país que había caído en el desprecio de su propia historia. Los hombres como Ortega hablaron con vehemencia porque interpelaban a una sociedad que se resistía a entablar el diálogo con la cultura moderna.
Los hombres como Azaña, como Lerroux, como Herrera o como Cambó desearon dar soluciones políticas a una España en la que la convivencia debía ser el fruto de un inmenso trabajo de democratización, de tolerancia y de organización cívica de nuestro país. Sus errores individuales, las sombras de sus trayectorias, no ensucian el cuadro de conjunto que nos ofrece aquella España que trataba de incorporarse sobre sí misma, sobre su propia hechura histórica, sobre su ingente riqueza cultural. Una España que intentaba salir de su conciencia abatida con una ilusión que nada tenía de tramposa imaginería.

No fueron excéntricos

¿Cómo puede decirse que estos hombres eran unos seres excéntricos en comparación con el pensamiento moderno, cuando todo el continente estaba entregándose al totalitarismo y no tardaría en enfilar el rumbo atroz de una guerra que le costó a la civilización europea su posición dominante en el mundo? En 1932, cuando la República empezaba a mostrar los conflictos que aún estaban a tiempo de ser solucionados, resonaba la propuesta de una España que quiso ser contemplada como empresa, como destino a cumplir, como herencia a consagrar en una fiel embestida contra el futuro.
Unamuno reclamaba el respeto al idioma; Ortega exigía la permanencia de la soberanía nacional; Maeztu entonaba un hermoso himno a la Hispanidad como catálogo espiritual de la derecha española; Marañón defendía la posibilidad de un liberalismo español; Herrera elaboraba el proyecto del catolicismo social y popular; Prieto definía los límites del socialismo reformista; Cambó asignaba al regionalismo su función de engrandecer la idea de España; Pestaña trataba de poner las bases de un sindicalismo obrero independiente.
Estos fueron, diversos y demasiadas veces enfrentados, los objetivos de unos hombres nacidos en el gran giro intelectual que nos proporcionó el regeneracionismo. Fueron congruentes con una defensa de Europa que los propios europeos se encargaron de echar por la borda en dos guerras mundiales y al servicio de dos ideologías totalitarias. Fueron una avanzadilla que nadie, ni siquiera la elegancia expositiva de algunos académicos actuales, podrá colocar en una vergonzosa retaguardia, en una anacrónica melancolía.

Juan Manuel Prada: Islamismo y laicismo





Juan Manuel Prada Blanco. Nace en Baracaldo, Vizcaya en el año1970. Es, pues, un joven escritor, un crítico literario y articulista, como puede verse a través del artículo que traemos a nuestro blog.

 

Nos gusta este artículo, " Islamismo y laicismo" de Juan Manuel Prada, publicado por ABC en La Opinión, con fecha 27/01/2015. Es la razón, pues, por la que lo traemos a nuestro blog: Por Amor Al Pensamiento.

"Islamismo y laicismo

La fascinación de Ivywood por el islam no es sino el disfraz con el que oculta su afán por demoler el patrimonio del cristianismo

Un amable lector me solicita que explique más detalladamente esa alianza anticrística entre islamismo y laicismo que mencionaba en un artículo anterior. Me permitiré ilustrar tal explicación con citas de una irresistible novela de Chesterton que aborda proféticamente estas cuestiones, La taberna errante, dominada por la figura de lord Ivywood, un líder liberal encandilado con el progreso humano. A Ivywood lo mueve un secreto aborrecimiento del cristianismo, que considera una religión contraria al progreso; para erradicarla, propone muy taimadamente al Parlamento un plan de modernización de Inglaterra, empezando por el cierre de las tabernas (medida que encubre su odio a las alegrías cristianas, que siempre se han congregado en derredor del vino). Así actúa el laicismo: se envuelve con chácharas reformistas y modernizadoras, invoca razones de higiene pública y progreso social; pero tales aspavientos no son sino farfollas con las que camufla su odio constitutivo y medular a la fe cristiana.
Para ayudar a camuflar ese odio, Ivywood se muestra partidario de una «compenetración de civilizaciones» que expone con palabras melifluas y ecuménicas: «Vivimos en una época en que los hombres empiezan a darse cuenta de que un credo tiene tesoros para los otros credos, una religión tiene secretos que revelar a las otras, una fe puede comunicarse con otra y una Iglesia enseñar a otra Iglesia. (…) ¿Por qué no vamos a admitir que a su vez el islam puede ofrecernos algo precioso, algo susceptible de sembrar la paz en miles y miles de hogares?». Ivywood se muestra convencido de que el islamismo «es la religión con más potencial progresista que existe»; y de que puede facilitar «el crecimiento perpetuo hacia la perfección infinita», que es el fin último de la religión democrática. Por supuesto, la fascinación de Ivywood por el islam no es sino el disfraz con el que oculta su afán por demoler el patrimonio espiritual del cristianismo. Ivywood ve en el islam un catalizador; o, dicho más exactamente, un antítesis hegeliana que facilitará, una vez rotas las barreras cristianas, una síntesis fundada sobre «la evolución, la relatividad y la expansión progresiva del pensamiento».
Como todo progresista, Ivywood piensa que «el mundo está mal hecho»; y, en un rapto de endiosamiento, afirma tajante: «Y yo voy a rehacerlo a mi antojo». En un pasaje especialmente sobrecogedor de la novela, Ivywood muestra su aversión hacia el arte clásico y aboga por un arte en el que se vayan difuminando las figuras, hasta concluir en la pura abstracción. Su interlocutor le opone: «Todo se puede combinar hasta un cierto punto, pero más allá de ese punto la identidad desaparece y con ella todo lo demás». Pero eso es lo que Ivywood anhela: «Quiero la ruptura de barreras y nada más». Tal confesión abruma y horroriza a su interlocutor: «¡Pero la ruptura de tales barreras… tal vez signifique la destrucción de todo!». A lo que Ivywood asiente, ensoñador: «¡Es posible!». Por fortuna, para frustrar el designio de Ivywood se halla Patrick Dalroy, un
un capitán irlandés, fiel a la alegría de las tabernas y a la fe de sus ancestros, que sabe que las sociedades colapsan cuando reniegan de su tradición espiritual y cultural. Cuando le preguntan por el «gran destino» que le aguarda al Imperio Británico, Dalroy lo resume en cuatro episodios: «Victoria sobre los bárbaros. Empleo de los bárbaros. Alianza con los bárbaros. Conquista por los bárbaros».
Y es que, en efecto, no hay otro destino sino la conquista por los bárbaros para los pueblos que han renegado de su tradición. Por eso laicismo e islamismo, el Jano bifronte del Nuevo Orden Mundial, se necesitan como la uña y la carne”